domingo, 27 de septiembre de 2009

¿Quién es el tipo del espejo?

     Raúl, subió a la guagua, introdujo su bono y cuando la máquina se lo devolvió, buscó un asiento relativamente cerca del que solía usar ella, y aguardó pacientemente un par de paradas a que ella subiera.
     El “coger la guagua” era otra cosa más del montón de cosas que había cambiado simplemente para que ella se fijara en él.
     Allí estaba, en el asiento de siempre, enfrascada en su música y en una especie de libro de bolsillo, que (qué curioso) lleva forrado con papel de periódico, quién sabe si por temor a dañar la cubierta del libro, o (como me contó mi amigo Alexis), por temor de que algún desconocido la asalte con la excusa de entablar alguna conversación acerca del titulo del libro que lee, de su autor… En cualquier caso será un temor el que obliga a forrar la cubierta del libro.
     Para Raúl no existía nadie más en la guagua, incluso a veces podía adivinar el perfume que se había puesto.
     -Pivoine -pensó- ese lo usa los jueves y hoy es martes.
     Raúl cambio su flamante coche por la guagua, harto de pasar cada día delante de su parada y que ella ni se dignara a mirarle. Había cambiado de peinado, de tipo de calzado, de estilo al vestir, de trabajo; para poder bajarse en su misma parada, de gustos musicales. Había cambiado tantas veces su agua de colonia, como ella su “eau de toilette”. Cada vez que ella aparecía con una pieza de ropa nueva, al día siguiente, él daba la replica… Pero nada daba resultado, Raúl seguía siendo invisible para ella.
     Una noche mientras tomaba una copa en el bar donde la vio una noche, se quedó ensimismado pensando en todas las cosas que había cambiado simplemente para que ella le dedicara una sola mirada.
     -He cambiado tanto- pensó Raúl, pero en realidad no tenía ni idea de cuanto.
     A la mañana siguiente Raúl despertó con cierta desgana, era una mañana diferente. No le movía lo que había sido su combustible desde hacía meses, una mirada de ella. En realidad esa misma noche había tirado la toalla, había llegado a la conclusión de que no le quedaba nada por cambiar para atraer su atención.
     Se levanta de la cama y después de la ducha, cuando va a lavarse los dientes, da un salto hacia atrás al ver a un tipo desnudo enfrente suyo, un tipo al que no conoce de nada, pero del que tiene la terrible sospecha de que es él mismo.
     Se frota los ojos, busca otro espejo, se vuelve a mirar y no se reconoce, se dice que no puede ser, que es imposible, enciende su ordenador y busca fotos suyas, y se reconoce en las fotos pero no es el mismo tipo que ve en los espejos.
     Mira el reloj, se hace tarde, se viste apresuradamente, coge su cartera y espera la guagua como cada mañana mientras se pregunta -¿Qué coño hice anoche?
     Sube a la guagua y se sienta en la última fila.
    Un par de paradas después sube ella, le dedica una mirada, pero él anda muy preocupado en otros asuntos como para darse cuenta.

El hombre que mira.

lunes, 18 de mayo de 2009

Me alimento de ti

a Lourdes.

De cada pequeña célula que te arranco cuando me besas, del aire que respiro usado ya por ti, de tu calor escondido en cada pliegue de las sábanas, de tu perfume flotando en casa cuando marchas, del sonido de tu voz cada vez que pronuncias mi nombre.

Podrías llegar a pensar que vivo ahíto de ti, harto, sin hueco para un postre de ti, pero no temas, eso nunca pasará, me consume la ansia de desearte y no tenerte, la incertidumbre de tenerte y saberte libre, la ansiedad de escuchar tus llaves en la puerta cuando ya he devorado lo que quedaba de ti.

El hombre que mira.

lunes, 30 de marzo de 2009

Mi cocina

Mi cocina sólo tiene eco, está llena de nada, inmaculada.
Pronto eso cambiará.
Pronto se llenará.
De ingredientes.
De olores.
De calor.
De sabores.
De amigos.
De charlas.
De risas.
De vino.
De velas.
De ella.
De mí.
De los dos.
De niños.
Pronto mi cocina será feliz.


El hombre que mira.

Hay un hervidero de ideas en mi cabeza, ideas que debo escribir, ideas que no me dejan vivir.

Hay un hervidero de situaciones en mi vida, situaciones que debo vivir, situaciones que no me dejan escribir.


El hombre que mira.

martes, 24 de febrero de 2009

Pasatiempos

Armado con unos bocadillos de queso, mermelada y margarina, un zumo de pera-piña y mi bolígrafo, me dispongo a pasar mi odisea nocturna particular de ocho horas. Dos mil crucigramas, cuatrocientas sopas de letras y ochocientos veinte autodefinidos, son los monstruos y enemigos que acechan a la vuelta de cada hora, debajo de cada minuto u oculto tras cualquier segundo.

De repente, siento una punzada en mi cabeza producida por la visión de la terrible definición número trece punto tres horizontal, no es posible, me tiene acorralado, todo parecía ir bien hasta entonces, pero desde que apareció, mi cabeza no deja de dar vueltas. …idea, de repente lo veo todo tan claro y me digo – eres un hacha, como no se te ocurrió antes – y le asesto cuatro chorros de tinta, pero maldición, me doy cuenta que he cometido un error, cuando recibo otro gran golpe de un bicho que me persigue, me acosa, la equivocación y para colmo de mis males descubro que ninguno de los cuatro golpes que di se han acercado siquiera… Estoy muy mal. La ocho punto cuatro vertical no concuerda, estoy acabado, doy mis últimos latidos…

…pero entonces, malamente reanimado, surge una fuerza que implora y ruega a las todopoderosas diosas soluciones que me ayuden, y así lo hacen, me indican como vencer a los desalmados que han interrumpido mi camino, y lo hago, el error de pronto desaparece como rata apestada, como si oliera que me levanto mas fuerte que antes, pero la trece punto tres horizontal sigue ahí ignorando que mi boli la va a espachurrar para vergüenza de ella, ya que quedará expuesta a todo el mundo como un cuadro, entonces me abalanzo sobre ella y de un tirón queda marcada, la marca no es limpia pero se entiende y cumple perfectamente su función. Una vez más con la cabeza alta he salido de tan apurado trance… pero los peligros acechan…


El hombre que mira.

Mártir libertad

En esta soledad compartida con algo que me habla y a la cual no puedo responder, no sé responder, me siento lleno de ira, de odio, con ganas de empuñar la espada vengadora de la justicia y cegar las vidas de aquellos que han cegado antes sin motivos, sin razones, sólo la de practicar la violencia gratuita y desalmada… Y entonces una voz en el interior de mi pecho grita más que canta aquello tan hermoso de - … escucha hermano la canción de la … - ¿alegría? Sí, alegría porque es entonces cuando me doy cuenta realmente de que empuñando esa espada no haría más que convertirme en uno de ellos, me doy cuenta, de que no estoy solo, de que mis manos están vacías pero no mi corazón y no estoy solo y entonces vuelvo a escuchar esa canción otra vez pero esta vez no sale de mi interior, sino de la boca de millones de personas, que sin saber como ni cuando pero sí por qué me rodean. Me rodean porque ya se han cansado de ser tolerantes como yo, porque no son ni quieren ser violentos como yo, porque todos llevan lazos azules, ahora negros como yo, porque nadie tiene las manos rojas sino blancas como yo, porque desean paz como yo, porque quieren abrir el periódico cada mañana y leer la tan ansiada noticia como yo, porque ya están hartos de que un pequeño país sufra a consecuencia de unos cobardes sin razón. Porque todos hemos dicho NO a los violentos y SI a un mártir llamado libertad.


El hombre que mira.

Volar

para Lu.

Cuando miro allá en lo alto aquellas luces como luciérnagas atrapadas en el “entrecielo” siento que el ave que llevo dentro de mi quiere ser libre de nuevo, y quiere volar lejos y sentir el viento de las alturas en sus frágiles y delicadas plumas y soltar un grito de libertad abriéndose paso entre las oscuras nubes y en un claro mirar desde allá arriba a los diminutos seres que desempeñan su afán de sobrevivir a ras del terrenal mundo que antes la rodeaba y entonces como asustada seguir subiendo hasta encontrar en esas luces toda la verdad y las respuestas que de su pequeña cabecita surgen como el manantial que nunca se seca, pero es entonces cuando la escucho a ella y vuelvo a la tierra dejando que mi pájaro siga su rumbo y no encerrándolo dentro de mi pecho y cuando entro descubro que todas esas cuestiones tienen su respuesta junto a ella y que sin ella me encuentro perdido como esa ave asustada que huye de la verdad para refugiarse en una luz inalcanzable en una falsa luz. Tú eres mi única verdad.


El hombre que mira.