lunes, 24 de mayo de 2010

Cabeza Hueca

    No soporto que me taladren la cabeza.
    La vecina de abajo está sola en el mundo y a veces (después del trabajo) le hago alguna que otra “ñapa”. ¿Y como me lo paga? Taladrándome la cabeza con un Black & Dicker, herencia de su marido lo más seguro, del año Maricastaña y una broca del calibre ochenta. Debo entender que está tan agradecida que no quiere hacerme mucho daño y antes de la trepanación, como es mayor y no tiene buen pulso, me deja la cabeza hecha un mapa.
    Los fines de semana voy a ver a mi abuela, desde que mi abuelo nos dejó, la pobre no tiene mucha gente con la que charlar y siempre me gusta ir y escuchar sus historias y sus quejas acerca de cómo le ha tratado la vida. Reconozco que a veces puedo sacar alguna idea para mi trabajo de publicista.
    Mi abuela tiene estilo, usa una Makuta con percutor, debe ser porque siempre me ha dicho que tengo la cabeza muy dura. Lo que no llego a entender es por qué usa una broca para madera soft. Debe ser que ella conoce el lado más blando de mi cabeza.
    Mi jefe, en cambio, es muy sofisticado, tan ingeniero y tan técnico él. Es un tipo que cuando te llama al despacho y te dice toma asiento, sabes que vas a necesitar más pelo para tapar otro agujero. Para él es todo un ritual, primero me inmoviliza fuertemente, para ello usa un café o alguna de sus infusiones. ¿O debería decir confusiones? Lo cierto es que, si aceptas, te pega a la silla inevitablemente. Una vez conseguida la inmovilización, usa un Smoth & Niphew, sí, como lo oyen, no puede ser de otra forma, un taladro quirúrgico, tecnología punta al servicio de la trepanación. Supongo que de esa forma se libera tensión craneal y por lo tanto la creatividad y las ideas fluyen como un manantial de agua fresca. Estoy convencido de que lo hace por mi bien y por el de la empresa.
    Y qué decir de Marta. Marta es la típica amiga que lo coge a uno como pañuelo de lágrimas, que si Mario esto, que si Mario lo otro, que si lo hemos vuelto a dejar, que si hemos vuelto pero no sé yo, que si la víbora de mi compañera le está echando el ojo a Mario, etc. Definitivamente ella usa un Kivo de contra-ángulo, el mejor amigo de los dentistas. De todos, éste es el más molesto. Cuando empieza a funcionar, emite ese zumbido que te dura hasta tres horas después de que te has despedido de ella. Eso sí, de los agujeros ni me entero, son tantos años ya, que lo que ella me haga no me afecta, aunque el sonido sí que jode, además me consta que ella me quiere mucho y no lo hace con mala intención.
    Una consecuencia de tanto agujero es que se me olvidan cosas, fechas, nombres, lugares, la ultima conversación. Me parece un poco egoísta por parte de ellos pretender que me acuerde de todo, pero con tanto agujero no puedo retener ni una sola idea o recuerdo, por no retener, ni siquiera retengo masa gris. Solo ahora entiendo a mi ex cuando decía que era un cabeza hueca.
    Una cosa sí que tengo clara, no puedo quejarme, todos me quieren mucho, ya que el denominador común es que intentan hacerme el menor daño posible.

El hombre que mira.

viernes, 14 de mayo de 2010

A quien le pueda interesar

    A quien esté leyendo, no, no es una confesión. Ya confesé en su momento lo que no podía ser de otra forma. Sí, lo hice yo.
    Tampoco es una declaración de arrepentimiento, no se me entienda mal. Porque ya da igual. ¿Qué van a hacer? ¿Ejecutarme? Qué más da antes o después, por esto o por aquello. Quizá sea ese el consuelo de los condenados a muerte. Pero no quiero desviar la atención hacia cuestiones metafísicas ni psicológicas, sólo quiero contar que realmente fui yo.
     Lo cierto es que siempre fue buena persona, creo que por eso la maté. Los buenos siempre son llamados prematuramente a la diestra. Era un encanto, a mí siempre me lo pareció, y todo aquel que pertenecía a su entorno era de la misma opinión. Nunca escuché una mala crítica hacia su forma de ser, de pensar, de vestir, de maquillarse, de hablar, de comportarse, de trabajar, de amar...
     Por eso la maté. Y volvería a hacerlo.
   Creo que me reventaba demasiado su “perfección”, su saber hacer, su entrega desinteresada a los demás. La conocí en su trabajo, yo era un cliente más de los muchos que podía llegar a tener en un solo día.
     -Un chelín y soy tuya, chato.
     Fueron las primeras palabras que le oí decir. Acepté y comenzó el infierno.
    Aquella primera vez fue como la presentación de un producto fantástico, la panacea, una utopía hecha realidad, ideal, sin ataduras, sin pedir explicaciones, ni darlas, solo sexo, del bueno, brutal, rozando esa línea fina que separa el placer del dolor. Y durante un tiempo fue así. Luego llegó el sentimiento, la calidez en forma de mujer, el echarla de menos, el estremecerme con tan solo recordar sus labios, ¿Qué coño te está pasando?, pensé, sólo es una puta. Pero no, se fue metiendo en mi vida cada vez más, chelín tras chelín la fui comprando hasta que por fin fue mía del todo.
     La primera vez sí, lo reconozco, fue una chapuza, nunca pensé que alguien pudiera tener tanta sangre, la palma de mi mano tapando su boca, mis rodillas sujetando sus brazos, mi cuchillo sobre su garganta, un pequeño movimiento bastó y la hice mía.
     Con las demás, la cosa fue mejor, cada vez que le arrebataba, lo que por derecho me pertenecía, fui perfeccionando más y más hasta llegar a la sublimación del acto en sí. Lo cierto es que como el opio, la cálida sensación de manipular sus órganos aún calientes, creaba en mí cierta dependencia más allá de cualquier explicación racional. Aquello tan trivial y desagradable de un principio, fue convertido por mí en arte, y todos sabemos que cualquier artista hace bocetos de su obra.
     Y como todo artista ha de darse a conocer, yo mismo incité a un gran amigo mío, instruido en el arte de las letras, a que se burlara de la policía mediante una carta que posteriormente filtró a los periódicos. Así es el ego del artista, no lo elegí yo.
     Ocho semanas, solo ocho semanas bastaron para que mis cinco obras maestras fueran dadas a la luz, los “canónicos”, decían.
     Hoy me encuentro aquí como ya saben, ya me he encomendado al Altísimo, solo Él sabrá apreciar mi obra, y aunque nunca pensé que mi fin fuera tan prematuro, he de agradecer que la misma policía que no me detuvo en Whitechapel años atrás, lo hiciera esta vez en la campiña por haber dado muerte a un lord ruin y despiadado con sus gentes, pues solo así me presentaré ante Dios y mostraré mi verdadera obra al único que será capaz de entender.
     Solo me arrepiento de no haber tenido un digno discípulo que siguiera mis pasos.

El hombre que mira.

martes, 4 de mayo de 2010

Microrelato en seis palabras

     No soy nadie, me sobran tres.

El hombre que mira.